RelatoEra el año 3006 de la Tercera Edad y yo ya contaba con unas 16 primaveras, por lo que ya era oficialmente un adulto, aunque la gente aún me trataba como un niño.
Una suave brisa acariciaba mi rostro mientras contemplaba desde las murallas de Minas Tirith los alrededores de mi amada ciudad. Aprovechando el momento de soledad ,pensé en los últimos sucesos que estaban a punto de cambiar mi vida: el examen final para graduarse en el cuartel de la ciudadela, la evaluación psicológica por parte de los caballeros de la Torre Blanca y pronto, la decisión de mi destino por parte del senescal Denethor II..

MI HISTORIA: UN GUERRERO GONDORIANO

Era el año 3006 de la Tercera Edad y yo ya contaba con unas 16 primaveras, por lo que ya era oficialmente un adulto, aunque la gente aún me trataba como un niño.
Una suave brisa acariciaba mi rostro mientras contemplaba desde las murallas de Minas Tirith los alrededores de mi amada ciudad. Aprovechando el momento de soledad ,pensé en los últimos sucesos que estaban a punto de cambiar mi vida: el examen final para graduarse en el cuartel de la ciudadela, la evaluación psicológica por parte de los caballeros de la Torre Blanca y pronto, la decisión de mi destino por parte del senescal Denethor II.

Sin haberme percatado de su presencia, Clepter (un compañero del cuartel con el que me había criado) se colocó a mi lado.

— Ya me han asignado mi nuevo puesto - me dijo Clepter con voz pastosa.

La frase tardó unos segundos en llegar a mi cerebro, y tan solo pude atinar a preguntarle:
— ¿Dónde irás?

Clepter evitaba mi mirada , y cuando se decidió ha hablar, lo hizo lo mas rápido que pudo, pensando quizás que sus palabras me dolerían menos.
— A Ithilien, comandado por el capitán Faramir.

No pude evitar darme la vuelta, pues no quería que mi fiel amigo me viera llorar. Ithilien, el hogar de los soldados gondorianos mas valientes, era el destino al que mas deseaba ir, pues mi propio padre había llegado a convertirse en uno de los mas importantes montaraces de Gondor, hasta que en una misión de reconocimiento su compañía fue capturada y nunca mas se supo de él, o al menos eso me habían contado.

Clepter, que por aquel entonces ya me conocía demasiado bien, no le pasó inadvertido mi reacción.

-Barion -me llamó con voz temblorosa- estoy seguro de que tu también seras destinado allí. Yo lo miré directamente a los ojos, y tras unos pocos segundos, Clepter bajó la cabeza.

— ¿Cuándo partes?- le pregunté, mientras observaba como los guardias paseaban tranquilos por las murallas.

— En principio en una semana, con todos los nuevos reclutas - me respondió en un tono mas tranquilo — pero es posible que antes si surge alguna misión urgente.

Cuando estaba a punto de responderle, escuché a un joven gritar mi nombre. Asomándome al patio interior, vi a un adolescente, seguramente cercano a los 14 años, con pelo negro y lacio, nariz ganchuda y ojos negros. Desde las murallas le grité:

— ¿Que quieres de mí, joven aprendiz?

El chaval, subiendo aún mas el volumen de su voz, me preguntó:

— ¿No sería más fácil que usted bajara y habláramos sin necesidad de levantar la voz?

Clepter y yo nos dirigimos una mirada cómplice y, solo, bajé las escaleras en dirección al muchacho, que se movía nervioso de un lado hacia otro. Antes de que pudiera dirigirle una palabra, el muchacho extendió su brazo y me entregó un pergamino, antes de que pudiera darle las gracias el muchacho ya había desaparecido. Con dedos temblorosos, rompí el sello y desenrolle el escrito, en el que con letra pulcra y estilizada ponía:

“Por la presente,yo, Denethor II, hijo de Ecthelion II, convoco a Barion a una auditoría con relación al destino que he decidido para el joven gondoriano. Solicito que se presente inmediatamente en el cuartel para comunicarle su destino”.

Con pasos temblorosos me encaminé hacia mi destino, pensando en los puntos mas débiles de las fronteras de Gondor que eran los lugares en los que había mas posibilidad que fuera destinado. Cuando llegue a la puerta, levanté el brazo, el cuál deje extendido, dudoso de si debía llamar o tenía que esperar a ser convocado. Pero una temeraria imprudencia se apoderó de mi, e importándome bien poco quién hubiera en el cuartel, abrí la puerta y entré con decisión.
Lo primero que pensé al entrar es que me había equivocado de edificio, pues en lugar de la armería (donde se encontraban todas las armas de los soldados que estaban en Minas Tirith y que no estaban de servicio), solo había una mesa con dos sillas, en una de las cuales había un viejo hombre sentado. Esperé unos segundos de pie, pero tras observar que el anciano no se había dado cuenta de mi presencia, me acerque a la mesa.

¡Buenos días! - le salude acompañando mis palabras con un gesto.

El anciano dio un respingo y por primera vez, me miró a los ojos. Mi primer pensamiento es que estaba hablando con un muerto, pues el anciano no tenía nada de carne (como si hubiera pasado mucho hambre) y profundas arrugas surcaban su rostro. Pero lo peor de todo eran sus ojos, fríos como el acero y sin luz, parecidos a un pozo frío y oscuro.

— Saludos, joven guerrero - me saludó mientras hacía ademanes para que me sentara.
— Gracias, señor- le respondí educadamente.
— Bien, mi querido guerrero, el senescal y señor de Gondor ha decidido ya tu nuevo destino. ¿Estás seguro de que te quieres convertir en un soldado y luchar por tu patria?. Te advierto que si aceptas ya no habrá vuelta atrás, y si abandonas el ejército serás considerado un desertor.

No necesité pensármelo, pues ya esperaba una pregunta como esa.

— Señor, estoy dispuesto a luchar y morir por mi patria hasta que el senescal me lo ordene.

El anciano, convencido por mi rápida respuesta, me dijo con un tono monótono:

— Por la presente, yo, Strief, hijo de Siak, ordeno al guerrero Barion que se ponga a disposición del capitán Niekraf, junto al que viajará hasta Osgiliath, donde recibirá nuevas órdenes de Boromir II, hijo de Denethor II.
Me pareció que el mundo entero se me venía encima. Osgiliath había sido el mayor baluarte contra las fuerzas del mal, pero ahora tan solo era una ciudad derruida que Gondor mantenía vigilada, pues era un gran enclave estratégico para evitar que los orcos se acercaran demasiado a las murallas de la ciudad blanca. Sin embargo, era conocido en todo el reino que Osgiliath era uno de los puestos mas peligrosos para un soldado de Gondor, pues los orcos solían enviar ataques contra los valientes defensores.
Me levanté y salí de la armería, sin atender a lo que pasaba a mi alrededor. Todavía no me había hecho a la idea de mi destino, pues de todos los lugares que podían haberme tocado, el destino había decidido que iría al infierno de cualquier gondoriano.
Unos ruidos me sacaron de mis cavilaciones y cuando levanté la cabeza para identificar el origen, vi a dos niños que se batían en duelo con palos de escobas. En ese momento, me vino una imagen de mi infancia, cuando luchaba contra Clepter con espadas de madera mientras soñaban con luchar hombro con hombro para salvar a su pueblo de un malvado rey de un país lejano. Con la asignación de mi nuevo destino, me había dado cuenta de la realidad y todos mis sueños de grandeza se habían esfumado con la misma rapidez con la que un huargo devora a su presa. A pesar de ello, había echo un juramento y no podía romperlo, en parte por mi honor y en parte por el miedo que tenía a ser ejecutado por desertor. La “gran idea” de alistarse había sido mía, nadie me había obligado y ahora debía asumir la responsabilidad de mis deseos.

Tras haber despejado mi mente, me dirigía a las murallas para poder observar atentamente la ciudad de Osgiliath, pues por primera vez consideraba mas importante la ciudad derruida que las bastas extensiones de los campos de Pelennor.Una mano se posó en mi hombro. Giré la cabeza y me encontré con la mirada de Sineder, un compañero de la escuela de guerra con el que había compartido algunas sesiones de entrenamiento.
Era un muchacho bajito, con una barba incipiente y de color oscuro, que iba a juego con su largo pelo. Tenía ojos marrones y un rostro curtido, pues se había criado en una granja junto a su familia criando cerdos y dando de comer a ovejas lo que suponía una gran ventaja, pues el muchacho a su temprana edad ya tenía un portentoso físico y algunos conocimientos que no le habían enseñado al resto de la clase.

— ¿Que te han dicho?

Miré a mi compañero a los ojos, y no pude evitar soltar una lágrima que corrió por mi rostro.

— A Osgiliath, aunque todavía no se cual será mi función en la ciudad.

Mi amigo empalideció con gran rapidez, sin creerse las palabras que acababa de pronunciar, y antes de que pudiera consolarme, yo ya me había marchado. No era la primera vez que me sentía solo, mi madre había muerto en mi nacimiento, mi padre había muerto cuando él apenas tenía 3 años por lo que tuve que criarme en una especie de orfanato para los hijos de soldados de Gondor muertos en combate. Además sólo había tenido a un amigo, Clepter. Pero tras la asignación de los puestos un gran muro se había alzado entorno a nosotros y ahora su amigo no le podía servir de consuelo.

De repente, choque contra un hombre, el cual cayó al suelo.

— Mil perdones, estaba pensando y no me di cuenta de que usted estaba aquí.

El hombre se quitó el pelo de la cara, se levantó y me dijo:

— Tranquilo, no me hecho ningún daño.

Pero yo me había quedado con la boca abierta, pues había reconocido a aquel hombre. Era Faramir, “Capitán de Gondor”, hijo de Denethor II y hermano de Boromir II. Una esperanza surgió en mi de la mas basta oscuridad, pues él era una persona muy importante y quizás pudiera cambiar mi poco agraciado futuro.

— Señor Faramir, perdone mi crudeza, pero tengo que pedirle una cosa muy importante, o al es importante para mi.

— Por supuesto amigo, si está dentro de mis posibilidades te ayudaré.

Le expliqué toda mi historia, desde la muerte de mis padres hasta la elección de mi destino. Desde principio hasta el final, el joven capitán me escuchó atentamente hasta el final de mi relato. Cuando terminé, lo miré esperanzado.

— Lo siento amigo, me encantaría contar con un guerrero tan capaz, pero por desgracia la decisión ha sido tomada por mi padre, al menos de manera oficial y no puedo cambiar su decisión. Además, mi relación con él no es muy estrecha por decirlo de forma suave, y no creo que me escuche.

— Gracias por su atención señor — le respondí entristecido.

Faramir me miró preocupado pero no hizo ningún comentario, me volví y continué mi camino.
Camino de la taberna, me encontré con Clepter, y disimulando como pude, le dije:

— Vente conmigo, voy a la taberna, ya somos hombres y podemos beber.

— Bueno... si a ti te apetece — aunque en el fondo de su corazón Clepter sabía que yo estaba intentando evitar que la conversación se centrara en el destino que había elegido el senescal para mi.
Llegamos a la taberna, un lugar limpio y acogedor con una hoguera crepitante, donde los soldados se reúnen para descansar después de una larga jornada laboral o donde las clases bajas van a beber para olvidar su triste vida. Nos acercamos a la barra, y con un gesto llamamos la atención de Strenn, el camarero viejo y desdentado, él cual era el dueño del establecimiento.

— ¿Que os pongo, muchachos? — nos preguntó con voz amable.
— Dos cervezas frías y para acompañar, algo de carne.

Pronto comenzamos a comer, y tras apurar las copas, Clepter y yo nos miramos a los ojos.

— ¿Me vas a decir de una vez donde has sido destinado? — me preguntó impaciente mi joven amigo.

Tras una larga pausa en la que intenté reunir todas mis fuerzas, conseguí decirle de manera entrecortada:

— Osgiliath, mi nuevo destino es Osgiliath.

Clepter no reaccionó como yo había esperado, pues ya se olía algo y estaba preparado para recibir la macabra noticia.

— No es que hayas tenido mucha suerte, pero tampoco debes quejarte. Al fin y al cabo, Osgiliath es uno de los asentamientos mas importantes de Gondor, por no decir el segundo mas importante, por lo que sólo son recibidos los guerreros mas fuertes y valientes. Seguramente sea un premio por tus grandes cualidades.

— Si fuera así, me hubiera gustado poder elegir yo mi destino en el cual hubiera disfrutado más de lo que lo voy ha hacer en esa maldita ciudad. Tendré suerte si sobrevivo mas de un año allí.
Clepter me miró a los ojos, y noté el dolor de su mirada. Él solo había intentado animarme pero yo acababa de responderle de malos modales y no pudo contener su ira.

— Si tan descontento estás, entregale tu armadura a Denethor cuando te la entregue y suplícale clemencia, quizás te deje vivir con la prole e incluso que algún día llegues a tener tus propios cerdos, pero deja de molestar a guerreros que pronto partirán hacia la gloria.

Mi amigo había levantado tanto la voz que había llamado la atención de todos los que se encontraban en la taberna, los cuáles no se perdían una palabra de la conversación.

— No permito que me faltes al respeto — le grité mientras me ponía en pie y derribaba la silla de una patada — has tenido la suerte de ir a parar a un buen destino, a pesar de que tus habilidades en cualquier campo dejan mucho que desear en comparación con las mías. Quizás solo te quieran para dar a los verdaderos soldados agua después de una batalla.

La tensión en la taberna era evidente, y todo el mundo pensaba que íbamos a llegar a las mano, pero mi amigo simplemente se levantó, blanco como la cera, y fue hacia la puerta. La abrió, pero antes de salir se volvió hacia mi, clavando sus ojos en los míos, y con una voz que denotaba la gran pena que sentía por dentro, me dijo:

— Puede que seas mejor soldado que yo, pero en los campos mas importantes, como en el de la amistad, la confianza, el compañerismo y el amor, eres patético. Por eso, ninguno de los que estamos en esta taberna desearía ser tú.

Tardé unos segundos en asimilar lo que había dicho Clepter, pero antes de que le pudiera responder, él ya había abandonado la estancia.
Le lancé un par de monedas de plata al tabernero y salí corriendo en pos de mi amigo, pero al llegar a la calle, y tras ser sacudido por un fuerte viento, miré en todas direcciones, pero Clepter ya había desaparecido. Solo, y mas triste de lo que recordaba haber estado en la vida, me encaminé hacia mi “querido" orfanato, mientras pensaba en los recuerdos de su amistad con Clepter, y cómo ésta se había resquebrajado en unas pocas horas. Parecía mentira que tan solo unos días antes los dos guerreros eran uña y carne, y ahora no se podían ver.

Llegué a mi habitación, me quité la armadura de cuero que siempre llevaba puesta (aunque pronto me entregarían una armadura de hierro) y me puse una prenda de lino muy cómoda, que utilizaba para dormir.
Quizás fueran los preocupantes acontecimientos sucedidos recientemente, quizás fueran los grandes esfuerzos que había realizado antes en los exámenes o quizás fuera que simplemente deseaba descansar, pero el caso es que que me tumbé en la cama, y a los pocos instantes, ya estaba perdido en un mundo de sueños.

Los días siguientes fueron muy extraños para mi, apenas prestaba atención a lo que hacía, pues para mi lo único importante era seguir cavilando acerca de mi destino y como conseguir que mi subconsciente aceptara el destino marcado para mi.
Pasaron los días a una velocidad de vértigo y dos días antes de partir fui convocado al cuartel junto al resto de mis compañeros. Cada uno llegó por su lado y nos reunimos en la puerta. Clepter, por supuesto, también estaba allí pero simplemente no nos dirigimos la palabra. Cuando llegó el último de los reclutas, abrí la puerta y todos juntos entramos en la sala.
Para nuestro alivio, el cuartel había recuperado su aspecto normal. De pie se encontraba el mismo anciano que días antes había sentenciado mi destino. De nuevo no advirtió nuestra presencia por lo que le tuvimos que gritar.
El anciano, dando un respingo, se volvió hacia nosotros y una sonrisa recorrió su rostro.

— ¿Estáis todos ya?

Clepter se adelantó y habló con voz potente:

— Si señor, todos los reclutas hemos acudido a la convocatoria.

— Muy bien — respondió el anciano — creo que os debo una explicación. Os hemos reunido para entregaros el equipamiento que utilizaréis como soldados de Gondor.

Todos murmuramos emocionados, pues ninguno de nosotros tenía ningún arma propia, todas las que habíamos utilizado en nuestro adiestramiento habían sido propiedad del reino.

— Os separaremos en dos grupos, el primer grupo estará formado por guerreros cuyo destino sea Ithilien, es decir, aquellos guerreros que vayan a convertirse en montaraces. Por otro lado, el segundo grupo estará formado por el resto de los reclutas.

La mayor parte de nosotros nos pusimos a la izquierda del anciano, pero un pequeño grupo se puso a su derecha, entre los cuales se encontraba Clepter.

— Bien, a los montaraces les entregamos una armadura de cuero, una espada, un arco, un carcajac con flechas y unas botas de curo — mientras decía esto, un par de criados le entregaron a cada soldado sus respectivos equipamientos.

— ¿Y para nosotros que? — le pregunté en un tono poco respetuoso.

Todos me miraron con asombro, pero al anciano pareció no disgustarle demasiado.

— Bien, mi impaciente amigo, a los soldados de Gondor les entregamos una armadura de hierro pesada, un escudo redondo de metal, una espada y una lanza. Después, dentro de unos meses podréis solicitar un arco.
Los criados nos entregaron nuestras armas y con un gesto nos despidió.
Rápidamente salimos de la habitación y nos pusimos a comparar nuestro equipamiento. Por primera vez desde que me habían asignado mi nuevo destino me sentía feliz, pues por lo menos mis armas me parecían muy buenas, y para mi satisfacción eran mas caras que la de los montaraces. Con el equipamiento en las manos, me puse en camino hacia mi habitación. Por primera vez, Osgiliath se apartó de mi mente y solo podía pensar en las aventuras que iba a vivir con mi reluciente armadura.
Llegué a mi cuarto, y con suma delicadeza deposité mi nuevo equipamiento en la cama. Cogí la espada, la introduje en la vaina la até en mi cintura y salí a la calle. Me sentía como un adulto, por primera vez era considerado de manera oficial como un guerrero y por fin había logrado uno de los sueños de mi vida.
Decidí ir al campo de entrenamiento para practicar un poco con la espada y acostumbrarme a ella, pues durante mi adiestramiento había utilizado una espada mas corta. Cuando llegué a mi destino, había ya algunos de mis compañeros practicando con unos muñecos de fardo.

— ¿Por qué no practicamos entre nosotros?

Todos me miraron, incrédulos.

— Siempre que practicamos entre nosotros, luchábamos con espadas de madera. Si utilizamos las que nos han entregado, nos haremos papilla — me respondió Nickles, un muchacho que tenía alrededor de 17 primaveras, rubio, con ojos azules eléctricos y de una estatura mediana.

— Cuando luchemos contra los enemigos, utilizaremos estas espadas para vencer a los enemigos, por lo que será mejor estar preparados. Además, si vamos con cuidado, no veo por qué hemos de resultar heridos.

Clepter se adelantó y desenvainó su espada.

— Yo me enfrentaré a ti.

Los demás despejaron el campo para dejar espacio a los dos luchadores. Yo desenvainé la espada preparado para la lucha. Se produjeron unos momentos de silencio en la que nadie dijo nada.
Comenzamos el baile, el primer ataque lo realizó Clepter, una estocada al cuerpo sin intención de hacer daño, que pare con el escudo. Al mismo tiempo, yo intenté ensartarlo con la espada, sabiendo que mi amigo lo pararía con su espada. El ruido del metal contra el metal nos envolvió a los dos, olvidándonos de los espectadores y de cuanto nos rodeaba.
Seguimos combinando golpes, aunque ninguno tenía ningún peligro, pero a medida que el cansancio atenazaba nuestros músculos progresivamente, los golpes eran cada vez mas imprecisos, por lo que algunas veces estuvimos a punto de resultar heridos. Finalmente, y tras una serie de ataques rápidos por parte de Clepter, conseguí en un rápido contraataque (utilizando el canto de la espada) desarmarle. Antes de que pudiera recoger la espada de nuevo, le puse la espada en el cuello.

— Has perdido — conseguí decirle con voz entrecortada.

Ambos, doloridos y sudorosos, nos miramos a los ojos y tras una pausa, que me pareció infinita, nos dimos un fuerte abrazo.

— Siento lo que te dije en la taberna — conseguí decirle de un tirón.

— Yo también. Fue algo que ninguno quisimos, además la situación se nos fue a los dos de las manos.
Nuestros compañeros y amigos nos rodearon y nos dieron palmadas por nuestra gran actuación en nuestra lucha, felicitándome por mi victoria y animando a Clepter.
Envalentonados con nuestra pelea, los jóvenes reclutas empezaron a pelear entre ellos utilizando las espadas recién entregadas, mientras yo y Clepter nos tumbamos en la tierra observando a nuestros compañeros. Después de algunos intensos combates, decidimos dar por terminado el entrenamiento. Tras charlar un rato en trivialidades, nos despedimos y abandonamos el campo de entrenamiento, todavía comentado los combates.

Al día siguiente, me levanté mucho después del amanecer, poco antes de la hora de la comida. Decidido a disfrutar de la ciudad las pocas horas que me quedaban en ella, recorrí la ciudadela desde el primer nivel hasta el último, observando todos y cada uno de los detalles de la ciudad. Finalmente llegué al último nivel y me acerqué de manera ceremonial al árbol blanco. Como siempre que lo observaba, una profunda pena me invadió. El árbol representaba la actual situación de Gondor, pues el reino aún se mantenía en pie, fuerte y orgulloso, pero sus años de esplendor ya apenas se recordaban y actualmente el mayor baluarte frente al poder de Mordor se desmoronaba.
De repente, sentí una presencia a mi lado y me volví hacia ella. Era una mujer, o mas bien una muchacha. El pelo, que era de color castaño, le caía hasta la cintura, tenía ojos verdes y una altura normal dentro del estándar de su sexo. Iba vestida con un traje azul, el cuál parecía estar hecho de seda suave y llevaba unos pendientes que centelleaban con el reflejo de la luz solar.

— Mi señora — le respondí sonrojado — ¿has traído algún mensaje para mí?

La muchacha me esquivó la mirada y de repente se mostró muy interesada en el árbol blanco. Viendo que la muchacha no respondía, intenté que al menos pronunciara alguna palabra.

— ¿Puedes decirme al menos como te llamas?

— Niremer — murmuro entre dientes.

— Bien Niemer — continué a pesar de mis orejas sonrosadas — ¿has venido a entregarme un mensaje de alguien?

La muchacha no respondió, y tras unos segundos, movió la cabeza de un lado hacia otro.

— Entonces, ¿no estás aquí por mi?

Yo me sonrojé mucho mas, pero no tuvo ni punto de comparación con lo que ella se sonrojó cuando asintió con la cabeza. En ese momento, perdí la cabeza y estuve a punto de lanzarme, pero Clepter apareció de la nada, y sin fijarse en mi acompañante, me gritó:

—¡Eh Barion! Está a punto de empezar la cena y tu eres el único que falta.

Niemer y yo dimos un respingo y nos volvimos hacia Clepter, que se dio cuenta de lo que pasaba al instante. Por suerte, la intervención de mi amigo había conseguido aclararme un poco a la mente, por lo que antes de que la chica pudiera despedirse, yo ya estaba al lado de Clepter.
“Como es posible que me haya olvidado de la fiesta” pensé mientras caminaba junto a mi amigo. Al fin y al cabo, la idea de celebrar una fiesta con los reclutas del cuartel había sido mía. Mientras caminábamos, no pude evitar fijarme en la maliciosa sonrisa que me dirigía mi amigo, y cuando llegue a la fiesta, mis temores se confirmaron. Clepter no tuvo reparo en contar la historia y todo lo que había oído, a pesar de mis súplicas y el color tomate de mi cara. Fue el tema principal de la fiesta y yo solo podía sonrojarme e intentar reír con los demás, aunque en el fondo sabía que no se estaban riendo de mí, sino mas bien gastándome una broma "pesada”.
Después de un par de horas, la historia empezó a perder la gracia, por lo que rápidamente cambié el tema de conversación compartiendo anécdotas graciosas de mi infancia y oyendo las de otros. Al final, todos quedamos embriagados y empezamos a armar follón, surgían peleas por tonterías que luego se resolvían con un concurso de “quien beba más, gana” y algunos, entre los que me incluyo, vomitamos más de una vez.
Finalmente, los soldados que montaban guardia nos arrestaron y nos fueron uno a uno llevando hasta nuestros hogares. Cuando amaneció, un soldado vino a levantarme y tras comprobar que estaba despierto abandonó la habitación rápidamente.
Me levanté pesadamente, la cabeza me daba vueltas y un dolor penetrante me atravesaba el cerebro. Cogí una jofaina, la llené de agua fría e introducí la cabeza en ella Al menos conseguí despejarme, aunque el dolor aun persistía y por primera vez, me di cuenta de que tenía la lengua pastosa.
A duras penas conseguí reunir mi equipo, coger las pocas provisiones que tenía, queso y algo de cecina, y meterlo en un fardo que posteriormente até y cargué sobre mis espaldas. Fuimos reuniéndonos todos los reclutas, todos estaban igual que yo o peor y Clepter apenas podía andar. Mientras tanto los capitanes y soldados que nos escoltaban hasta la puerta sonreían y nos señalaban, riéndose de nuestro estado. Y es comprensible, pues yo estaba tan mal, que no me di cuenta que unos ojos verdes me espiaban desde un balcón de una casa cercana a la puerta de mi querida ciudad.


Comentarios  
BOEL
#1 BOEL 18-10-2014 14:08
Una lectura de lo más entretenida. Gracias por compartirlo. :wink:
Eärnil
#2 Eärnil 18-10-2014 17:38
Me ha gustado mucho

Lo único que revisaría sería lo de la "evaluación psicológica". En estos tiempos si es usual (e imprescindible), pero no lo veo en la Tierra Media...

Un saludo!!!
fleki
#3 fleki 19-10-2014 00:00
muy bueno me a encantado , pero como bien dice Eärnil , no creo que haya evaluación, y en minas tirith concretamente el servicio militar sería obligatorio con toda probabilidad
Rey Dain
#4 Rey Dain 02-11-2014 21:43
Muy buena compañero, una historia genial.
Yo tambien echaria un ojo a las primeras y terceras personas, que en algun momento se tevan, si estas contando la historia como Barion, en primera persona, se te han colado algun "su" que deberia ser un "mi" y cosillas parecidas.

Un saludo

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